Se acabaron las vacaciones navideñas en España. Aterricé el 23 de diciembre en Alicante y el 3 de enero en Gotemburgo y hoy 7 de enero me siguen sabiendo esos diez días a muy poco. No me canso de estar allí ni de estar con quien estoy cuando allí estoy.
No es la comida, ni el sol, ni el bullicio, ni los olores. Es la sensación de pertenecer a un lugar. A un grupo. Hablar, reir y compartir con ese grupo. Sentir lo que la amistad es y sentirme seguro de ser escuchado y comprendido.
El viaje de vuelta fué mucho más agradable que el de ida. Me refiero sólo al trayecto en avión. En el viaje de vuelta había planeado dormir y lo cambié por una agradable conversación en español.
El viaje de ida fue una pesadilla. Cogí un tren que me llevo a Gotemburgo. Desde la estación de tren en Gotemburgo cogí un autobús que me llevó al más pequeño de los dos aeropuertos que hay en esta ciudad. Aquí empezó la pesadilla.
La cola para facturar se mezcla con la cola para pasar el control antes de entrar en la zona de embarque, lo cual provoca un tremendo caos. Volar con Ryanair empieza a no tener ventajas por muy barato que sea el billete.
Tras pasar el control me encuentro una sala llena de pasajeros de mirada enfadada y el motivo era el retraso de su vuelo a una ciudad alemana de la que ahora mismo no consigo acordarme.
LOs que viajábamos a Alicante aún teníamos tiempo de disfrutar de la única tienda que había en la zona de embarque. Después de diez minutos fuí capaz de memorizar todos los artículos que la tienda ofrecía. Así de pequeña era la tienda.
Bueno y también tenía un bar aunque la higiene de tal me convenció a mí mismo de que no tenía ni hambre ni sed.
A las 19.30 salíamos para Alicante. A las 19.50 todavía estaba de pie con mi maleta de mano entre las piernas, pasaporte y tarjeta de embarque en mano y chaqueta sobre el hombro, esperando ingénuamente a que abriesen las puertas que me llevarían al avión.
Por megafonía anuncian que allí no hay aviones que coger. Que los aviones que tenían que haber aterrizado allí no lo harán por que la pista esta cubierta de hielo. Coño! Hielo en Suecia y en invierno? no me jodais!
El caso es que el aeropuerto pequeño, con su zona de facturación pequeña, su zona de embarque pequeña, su tienda pequeña y su bar asqueroso, no era capaz de recibir aviones ese día.
Por megafonía nos informan de que nos van a trasladar en autobús al otro aeropuerto en Gotemburgo. Empecé a hacer cálculos de cuántos autobuses harían falta para trasladarnos a todos puesto que eran tres vuelos los que habían sido retrasados: a Alemania, Alicante y Londres. Tres autobuses por avión.
Después de tres horas de espera en las cuales le pillé manía al hombre que hablaba por megafonía, por fin podimos subir al autobús y nos esperaba una hora de viaje hasta el otro aeropuerto. Sólo quería subir al avión y dormir. Por mucho habre que en ese momento tuviese, sólo quería subir al avión y dormir. Aún por muy incómodas que son las sillas de las aviones de Ryanair, estaba seguro de que me dormiría nada más sentarme en una de ellas.
Al salir del autobús, la gente, que hasta el momento había estado tranquila, sale disparada hacia las escaleras del avión en busca de un buen lugar, cosa que no entiendo muy bien y que ocurre cada vez que vuelo con Ryanair. Todas las sillas son igual de incómodas así que no entiendo muy bien la prisa de la gente por subirse al avión.
Al llegar al tope de la escalera y adentrame en el avión soy bienvenido por la azafata con el rostro más enfadado de la historia de la aviación. Me la imaginé repartiendo los bocadillos y sandwiches arrojándolos desde el carrito con prisa y agitando los refrescos antes de entregarlos.
Una vez sobre el pasillo del avión busqué con la mirada un asiento libre, lo cual no es fácil por la cantidad de gente que está de pié intentando colocar sus maletas de mano dentro de los compartimentos del techo, seguros de que donde no cabe ni una hoja de papel entra su maleta grande como la cabeza de la azafata enfadada.
Es ella quien a través de los altavoces del avión ruge y ordena a la gente que se siente.
De repente alguien me abraza y me empuja contra uno de los asientos. Es un sueco delgado y alto, de pelo blanco, sonrisa permanente y aliento capaz de matar flores. Estaba borracho y contento de haber encontrado un compañero de viaje. Estaba borracho lo cual facilita entender porque los dos asientos junto a él estaban libres. Me cazó. Me pilló desprevenido y me cazó. Me senté junto a la ventana y él al lado del pasillo con lo cual había un asiento libre entre los dos lo cual era perfecto para dormir un poco mas cómodo. Tal vez si me dormía rápido el borracho mataflores me respetaría y me resultaría así un viaje más corto.
Cuando ya había conseguido encontrar la posición de la cabeza contra la pared del avión llega lo mejor del viaje. El borrachín ha cazado a otro pasajero para que nos haga "compañìa" y no un pasajero cualquiera, el africano más grande que ha parido Africa. El borrachín intento abrazarlo pero sus brazos ni siquiera llegaron hasta la espalda del negro, quien abrió sus ojos saltones en señal de sorpresa tanto que parecían dos coliflores.
Eso no es todo, el sueco alcohólico me hizo cederle el asiento junto a la ventana. Si no fuera porque el africano me miró con cara de tener hambre me hubiera negado en rotundo pero no quería discutir. Sólo dormir!!!!
El africano resultó ser nigeriano, de nombre Mokolo y de cuerpo no apto para ocupar sólo un asiento del avión, con lo cual cogió prestado la mitad del mío obligándome a sufrir el aliento del borracho, que antes de despegar ya había tenido tiempo de deleitarnos con alguna canciòn típica sueca. Me sentí estafado por pagar por una plaza del avión y sólo poder disfrutar de media.
Intenté dormir. De todas las maneras. Intenté no cagarme en Ikea ni en la dieta de Mokolo.
Allí estábamos los tres. Un sueco, un español y un nigeriano en una fila de asientos de un avión de Ryanair. Como si fuera un chiste.
Mokolo se durmió en seguida el muy hijo de Africa y el sueco se empeñaba en invitar a cerveza sin importarle que Mokolo estuviese dormido. Me animaba para que le despertase para que se tomase su cerveza. Yo decía que no le veía yo con muchas ganas de querer cerveza y me negué a despertarlo. El sueco cabrón se enfada conmigo y golpea a Mokolo en el hombro y se gira hacia el pasillo. Mokolo despierta y me mira con sus coliflores.
Teníais que haberme visto. Sentado allí, con pipi en los calzoncillos de H&M, diciendo que no con la cabeza y señalando al borracho.
Mokolo acepta la cerveza, se la bebe como se la bebería un hipopótamo y vuelve a dormir.
Si que necesitaba yo unas vacaciones sí.
Aterrizamos a las tres y media de la noche y me despedí de el borrachín y el nigeriano con un corte de mangas cuando éste último no miraba claro está.
Desperté a mi amigo Rafa "Abuelo" Cantó quién vino a recogerme sin poner ningun pero.
Buen chaval el "abuelo" ese de los cojones. Muy buen chaval.
Por fin estaba en Alicante.
Cinco horas más tarde de lo previsto pero ya estaba allí.
Hasta pronto.
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