jueves, 25 de junio de 2009

Hagan sus apuestas...


Ayer comprobé con desilusión, el número premiado en el sorteo de la ONCE. El número más la serie otorgaba al ganador la friolera de 15.000.000 de euros al contado más 6.000 euros al mes durante 25 años. Por supuesto que yo adquirí un cupón al observar el anuncio televisivo de dicho sorteo. Es inevitable el empezar a especular que hacer con tanto dinero, aún no teniendolo en la cuenta y sin tan siquiera haberse celebrado tal sorteo.

Cinco euros fué la cifra a desembolsar. Muy poco dinero teniendo en cuenta la magnitud del premio. A mí sin embargo me costó soltar esa cantidad al vendedor por yo no disponer de mucho dinero en este momento de mi vida. Yo era de los que solía lamentarse de que eso de gastar dinero en loteria y quinielas era tirar el dinero pero aún así seguía apostando algo de vez en cuando. Nunca se sabe medecía a mi mismo, aparcando así el pesimismo que supone el ser muchos apostantes para tan pocos premios.

El caso es que un día dí con un cupón ganador y me levé 5.000.000 de las antiguas pesetas. Luego os narro com fué aquel día inolvidable.
El caso es que el hecho de haber ganado anteriormente, unido a la necesidad de dinero en este momento me impulsa, de vez en cuando, a tentar a la suerte.

Ayer 24 de Junio, esperando la hora en la que comprobaría si me convertía en mionario o no, me imaginaba a mi mismo aparcando la crisis en alguna playa de aguas cristalinas con la postura propia de un hombre ocioso y despreocupado, es decir con una mano rascando los kiwis y con la otra urgando en un orificio nasal.
Calculé que esos 15.000.000 euros al contado, generan unos 50.000 euros al mes en intereses, sumados a los 6.000 al mes durante 25 años, engordarían mi cuenta corriente en unos 56.000 euros mensuálmente.
Me imaginé tan cómodo en mi Mercedes Benz que estuve a punto de tirar mi bonobús a la papelera.

Al fin y al cabo una participación en un sorteo es una ilusión adquirida. No tardé mucho en desilusionarme al ver que mi número no fué premiado, quizás porque he aprendido a no vivir de ilusiones sino de hechos físicos que se puedan tocar con las manos. Aunque no por ello dejaré de tentar a la suerte y apostar.

Pero por un momento me hubiera gustado revivir aquella noche de marzo del 2001. Comprobé en el teletexto que las cinco cifras del número premiado coincidían exáctamente con el orden de las cinco cifras plasmadas en el cupón que sostenía en mi mano. Lancé el mando de la televisión por los aires y pegué tal grito que mi gato tardó horas en salir de su escondite. Por aquel entonces vivía con Anna, mi exmujer. En su barriga estaba Clarita y el hecho de ser pronto padre me había hecho pensar mucho en temas económicos. No acertaba a responder a Anna cuando me preguntaba que pasaba. Mi corazón latía tan deprisa que no encontraba manera alguna de calmarme. Salté por toda la casa, con el cupón entre el dedo pulgar e índice de mi mano izquierda, tan fuertemente unidos que me extraña ahora, como entonces no agujereé el cupón.

Estaba tan contento que no pude dejar de sonreir hasta el ismo día en el que se acabaron los 5 millones. Está claro que el dinero otorga feicidad, no seamos hipócritas. Cierto que se puede ser feliz sin dinero pero también se está de más mala hostia sin él.

Creo en la suerte. Lo que no creo es que le llegue a quien más la merece. No digo que yo merezca más o menos suerte que otras personas. En realidad tengo bastante suerte si me pongo a pensar de forma objetiva.
El caso es que yo no poseo el poder de otrogar suerte pero si tengo una pequeñísima posibilidad de provocarla.
Entonces, ¿por qué no provocarla?