Los anuncios desfilaban uno a uno sin voz, los destellos del televisor sobre las paredes del salón a oscuras, no desviaban mi mirada fija en el teléfono. Millones de abejas de hielo, inquietas, jugaban en mi estómago y un calor frío aceleraba mi corazón. Estaba a nueve números y unos cuantos tonos de oír esa voz, de abrir de nuevo esa herida condenada a no cicatrizar.
Pero el tiempo pasa.
El tiempo no entiende de ritmos ni de velocidades. Mi pasado ha sido rico en sucesos y mi aprendizaje intenso. Mi mejor lección ha sido conocerme a mí. He reconocido mis errores y aceptado mis defectos. Tomar una decisión ante cada uno de los problemas que he tenido me ha hecho fuerte. He aprendido a vivir sin lo que quiero y a conformarme con lo que tengo. Sé que puedo ser lo que quiera ser y sé con quien puedo y quiero contar en mi camino hacia no sé donde. No me preocupa mi destino, ni siquiera la curvas de ese camino pero cada paso que dé será firme.
Esas abejas de hielo ya no juegan en mi estómago.
Toda herida cicatriza y estoy orgulloso de mostrar la mía.
He aprendido a interpretar las miradas y a quitarle el disfraz a las palabras vacías.
Dos miradas me faltan y sin ellas ese calor frío nunca desaparecerá.
Clara y Eric, os quiero.