Ayer viernes, 3 de Abril, tuve mi primera cena de empresa con mis nuevos compañeros de trabajo. El sitio elegido fue el mítico restaurante italiano La Traviata. Y digo mítico no por su nivel culinario, sino por ser lugar conocido por sus cenas de grupo.
Eramos unos 30 aproximádamente.
Como suele pasar en este tipo de cenas, la comida en sí es lo que menos importa y lo que menos se va a comentar el lunes cuando nos volvamos a ver en la oficina.
Y como también suele pasar en este tipo de cenas, no se suele tener hambre sino sed.
Ayer, durante la cena y coincidiendo seguramente con el aburrimiento y frustración que supone el ver que las jarras de sangría estan vacías, alguien tuvo la idea de lanzar un trozo de pan contra la cabeza de otro. Tal idea fue bien acogida, tanto, que en unos pocos segundos el restaurante se convirtió en un campo de batalla. En las cestas de pan habían bocadillos y tostadas. En seguida me di cuenta de que las tostadas no eran la mejor de las municiones por volar de forma irregular así que cogí la punta de los bocadillos y esperé a divisar objetivos. Lo divertido es ver el gesto de la persona alcanzada justo un segundo después del impacto y observar como se lleva la palma de la mano contra la mejilla y la frota contra la zona dañada.
Una vez acabada la guerra, movimos tropas hacia el barrio y fuimos capaces de reunirnos todos en la misma trinchera y seguir saciando nuestra sed.
Cuando ocurren este tipo de eventos con gente del trabajo a la que no solemos conocer fuera de él, se descubren muchas cosas. Yo tuve la suerte de descubrir que de ahí saldrán muy buenos amigos y amigas. Me encanto oir algunos de los comentarios que oí sobre mí y me encantó que vinieran de quien vino.
Entre tanto baile y desmadre, llegaron algunos de mis amigos, Fran, Nacho y Rafa entre otros. Hacía tiempo que no les veía y les echaba mucho de menos. Los necesito más de lo que ellos creen. Que suerte tengo de tenerlos. Mucha. Os quiero cabrones.
Algunas amistades son complicadas pero ellos nunca me faltarán. La gente vendrá y se irá pero a la gente que yo elijo como amigos estarán siempre ahí.
Después de lo que he pasado y estoy pasando, tengo la oportunidad de comprobar lo importante que es la amistad por muy cursi que suene. Ver que a través del trabajo ese círculo de amigos se amplía, es algo que me ayuda mucho a superar la ausencia de mi príncipe y princesa.
Sentirme culpable es inevitable, pero dentro de esa culpa, sintiéndome como me siento ahora y sin ser todo tan gris como fué, los planes de futuro abundan y en todos esos planes entran mis bomboncitos. Y esos 2541 kilómetros serán recorridos las veces que hagan falta para ver esas caritas y que sientan que estoy ahí.
Os quiero Clara y Eric.
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