domingo, 4 de marzo de 2012

Un día más de condena.

Sentado a la mesa junto a la ventana entreabierta de la cocina deja que la brisa intrusa le estremezca la piel y le proporcione un frescor, que lejos de ser desagradable para ser otoño en Suecia, le despierta y le saca por un instante del agujero al que su negativismo le ha empujado en éste domingo  perezoso.

La ventana da al río que cruza la ciudad, todavía cubierto por el hielo que poco a poco cede al otoño y que delata con su escaso espesor que la corriente aguarda en silencio la aparición de las primeras grietas.

Entre esa ventana y el río helado le separa tan sólo una carretera y un carril mitad carril-bici mitad peatonal por el que tanto transehuntes, corredores y ciclistas se desplazan ajenos a que trás una de las muchas ventanas a lo largo del río está él, observándoles e intentando distraerse con la frecuencia de sus pasos y/o el ritmo de sus pedaleos.
Los coches van y vienen y el ruido de sus motores desaparece a izquierda y derecha dejando paso a un silencio protagonizado por el estremecido vello que soporta la brisa intrusa. El sol con su descenso marca el ritmo entre la tarde y el atardecer y a medida que el día pierde luz aumentan su miedo e inseguridad.

El codo derecho soporta el peso de sus pensamientos inquietos que golpean el interior de su cabeza apoyada sobre la base de la palma de su mano al final de ese codo derecho que empieza a resentir el peso de todo lo que le atormenta.

El eco de todo lo oído y no demostrado arde en el interior de su pecho. Flanquea su rostro con las palmas de sus manos heladas y cerrando los ojos se concentra en domesticar su respiración salvaje. Miles de preguntas salen de su mente a través de la ventana entreabierta esperando encontrar respuestas ahí fuera, sorteando la brisa y con una dirección muy clara.

La impotencia e incredulidad vencen y ya no consigue distraerse con lo que encuentra trás esa ventana. Sigue oscureciendo y el eco se hace cada vez más intenso y se siente prisionero por no poder dominar su miedo a salir de esa prisión.


Se avergüenza del motivo de su apatía y de posponer su cura por el masoquismo irracional propio del que sufre por amor. Se avergüenza de sufrir y no hacer nada al respecto.
Se avergüenza ante aquellos que le medican con consejos sabios, lógicos y tan verdaderos que dan vértigo.

Ante la falta de distracciones trás la ventana se levanta y busca algo con lo que ocupar su mente hasta que llegue un nuevo día y quizás con él la fuerza necesaria para escapar de su prisión.

Y así pasa un día más cumpliendo condena injusta pero mereciéndola hasta que él mismo diga basta.

Vergüenza es lo que le atormenta y fuerza lo que no le sobra.

Se dice así mismo que llegará pronto el día en el que despierte y se sienta liberado de su masoquismo.

Si me preguntáis a mí y os he de responder sincéramente os diré que ese día está mucho más cerca de lo que él cree...




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